El ‘CSI’ real, ni tan rápido ni tan infalible

El ‘CSI’ real, ni tan rápido ni tan infalible

La ciencia forense trabaja con unos ritmos y unos recursos muy diferentes a los que refleja la ficción.

Un cuerpo sin vida sobre la cama, sin signos de violencia pero con un extraño color violáceo, pone en guardia a los científicos forenses que acuden al lugar del crimen. Equipados con luz infrarroja descubren restos biológicos entre las sábanas, una clara huella dactilar en el ropero, una copa con restos de pintalabios y otra que resulta contener el mismo veneno que se encuentra en el organismo del fallecido tras realizarle la autopsia. La huella, los fluidos y las cámaras de seguridad del recinto apuntan a una clara sospechosa: la amante del varón quien, ante los mismos forenses, reconoce el crimen entre lágrimas.

Así de rápido se suelen resolver los asesinatos en televisión, algo que deja un buen sabor de boca en el espectador: la ciencia es certera y se hace justicia. “Todo el mundo disfruta viendo la ciencia forense que se hace en series como CSI. El proceso de analizar huellas de contacto suele ocurrir muy rápidamente y con coincidencias definitivas y muy poco complicadas, con un único sospechoso”, comenta a EL ESPAÑOL Christopher Philips, investigador de Genética Forense en la Universidad de Santiago de Compostela.

Pero la realidad tiene poco que ver con la ficción. Aunque se utilicen las mismas técnicas, los tiempos en los laboratorios son mucho más largos y los resultados no son tan certeros como los de la pequeña pantalla. Además, los científicos forenses raras veces acuden al lugar del crimen. Son agentes de policía especializados los que recogen las muestras. En la vida real no hay un “hombre o mujer orquesta” que se ocupa de todo el proceso. Existe un amplio equipo con funciones bien diferenciadas.

En una guía titulada “Dando sentido a la genética forense. ¿Qué puede decirte el ADN sobre un crimen?“, Philips y un nutrido grupo de investigadores miembros de EUROFORGEN (la Red Europea de Excelencia de Genética Forense) pretenden que la policía, el poder judicial, los periodistas y cualquier persona interesada sepan lo que el ADN puede decirnos y no ante un crimen.

La ciencia forense siempre se mueve en un escenario de pocas certezas. “Lo que decimos debe ser 100% verdadero y nunca es ese el caso. Siempre habrá incertidumbre y tenemos que ser muy claros con eso”, recalca a este diario Denise Syndercombe, profesora adjunta de Genética Forense del King’s College de Londres (Reino Unido), que también ha participado en la elaboración de la guía, promovida por la organización benéfica británica Sense about Science.

EL ADN NO IMPLICA CULPABILIDAD

Nuestra huella genética está en todas partes. Se encuentra en la mayoría de nuestras células y dejamos un rastro allá donde vamos, sin darnos cuenta. No hace falta que nos cortemos o que dejemos nuestra saliva en un vaso: con un estornudo o células de la piel depositadas en cualquier superficie, un investigador podría dibujar parte de nuestro perfil genético.

Si lo halla en un lugar donde se ha cometido un asesinato, ¿nos convierte en culpables? Los investigadores recuerdan que el ADN es una pieza más del puzle y que puede haber llegado al lugar del crimen de tres formas: porque hayamos estado allí, porque tocáramos un objeto que posteriormente llegara al lugar del crimen o porque entráramos en contacto con otra persona que después acudiera al escenario del delito quien, a su vez, dejaría su huella genética y la nuestra.

A eso hay que sumarle los errores humanos. Algo así ocurrió en el caso de Asunta Basterra, con la camiseta que llevaba puesta el día en el que fue asesinada. El semen hallado por los investigadores fue fruto de una contaminación en el laboratorio. Según los peritos, el error se produjo al cortar con unas tijeras la mancha que había en el cuello de la camiseta de la niña. Esas mismas tijeras se habían usado previamente para cortar un preservativo con semen de un hombre en un caso de presunta violación y la muestra se transfirió de una prueba a otra.

“Siempre habrá errores. Tratamos de evitarlos pero somos humanos y siempre ocurrirán, aunque el riesgo disminuye cuando sabemos cómo suceden”, admite Syndercombe.

Los avances técnicos, sobre todo a partir del año 2000, han permitido descifrar la información genética con muestras cada vez más pequeñas, inapreciables por el ojo humano. Una de las técnicas más utilizadas son los perfiles STR, que se centran en descifrar el ADN nuclear de los cromosomas. Para casos de restos humanos quemados o mal descompuestos se suele usar la prueba del ADN mitocondrial.

Otro tipo de pruebas, como estudiar las piezas dentales o incluso el contorno labial, también pueden resultar útiles para resolver un crimen, aunque son técnicas muy distintas. “Lo que ocurre es que el ADN se expresa matemáticamente y las otras técnicas son de aproximación. Sin embargo, la odontología y las huellas dactilares también son válidas para una identificación forense”, afirma a EL ESPAÑOL Francisco Etxeberría, profesor de Medicina Legal y Forense de la Universidad del País Vasco.

Los análisis del antropólogo confirmaron que los restos hallados en la hoguera de la finca de ‘Las Quemadillas’ de Tomás Bretón eran huesos humanos y no de animales como había apuntado en un primer momento la forense encargada del caso. Al estar calcinados fue imposible extraer su ADN pero, según Etxeberría, su tamaño se correspondía con el de huesos de niños de entre dos y seis años, edades que tenían Ruth y José cuando desaparecieron.

TRAS EL RETRATO ROBOT

Volviendo a la ficción es muy común observar cómo, a partir de una muestra genética, los investigadores son capaces de dibujar el retrato robot del sospechoso con gran nivel de detalle, algo poco realista hoy por hoy. Para Peter Schneider, profesor de Genética Forense y Molecular del Instituto de Medicina Legal de la Universidad de Colonia (Alemania), tendremos que esperar entre cinco y diez años para que sea real.

“Siempre me ha sorprendido la rapidez del desarrollo de nuevas tecnologías. Creo que vamos a hacer progresos en la predicción de las características de apariencia reales como los detalles faciales, pero es una investigación costosa y que requiere mucho tiempo”, reconoce a EL ESPAÑOL.

En estos momentos lo que sabemos gracias a las pruebas fenotípicas –que analizan marcadores del ADN en los genes responsables de la apariencia humana– es el sexo, la procedencia geográfica, el color del pelo y el de los ojos de una persona.

Los científicos forenses trabajan con porcentajes de probabilidad (algo que tampoco aparece en la televisión). Por eso, en la guía a cada uno de estos elementos le dan una proporción. Así, el sexo se sabe con una fiabilidad que roza el 100%: cualquier test genético revela si la persona tiene dos cromosomas X o uno X y uno Y, que pertenecen a mujer y hombre respectivamente.

El color del pelo tiene una precisión de entre un 80% y un 90%, mientras que el de los ojos resulta difícil de identificar porque está influido por muchos genes, que no todos se analizan en las pruebas fenotípicas. Su probabilidad de acierto varía entre el 75% y el 90%.

CRIMEN RESUELTO 18 AÑOS DESPUÉS

Desde la Universidad de Santiago de Compostela trabajan en mejorar tres predicciones a partir de las pruebas genéticas: la posible calvicie, la procedencia geográfica y la edad de una persona. “Hemos estado investigando la calvicie de inicio temprano de patrón masculino, que es un rasgo visible con un control genético bien establecido”, señala Philips.

Los avances realizados por el Instituto de Ciencias Forenses de la universidad gallega en la procedencia geográfica de un sospechoso ayudaron a detener al asesino de Eva Blanco 18 años después de que cometiera el crimen. En su caso, era un español de origen marroquí.

“Hemos perfeccionado las pruebas para analizar la ascendencia de personas gracias a su ADN –africanos, europeos o asiáticos orientales–. Esto proporcionó información clave en el caso de Eva Blanco, ya que permitió a la Guardia Civil montar un panel de ADN de hombres marroquíes que, de forma voluntaria, ofrecieron sus muestras para ser eliminados de la investigación”, recuerda el genetista.

En cualquier caso, los expertos admiten que este tipo de pruebas todavía presentan limitaciones puesto que son técnicas muy recientes que necesitan más investigación para poder utilizarse de forma amplia y que sirvan en un juicio. Actualmente se suelen emplear solo cuando un perfil genético no concuerda con ninguno de las bases de datos y para reducir el número de sospechosos si hay un abanico muy grande.

LOS DILEMAS ÉTICOS

Otra herramienta útil para resolver los crímenes son las bases de datos de ADN. Cada país establece sus propias normas para tomar muestras genéticas a los sospechosos y almacenarlas en plataformas de acceso restringido. También recogen restos biológicos en el lugar en el que se produjeron los hechos que pueden ayudar a resolver futuros crímenes.

En el caso de Reino Unido, cuentan con más de cinco millones de perfiles genéticos en su base de datos, lo que equivale al 9% de su población. Las coincidencias entre el perfil hallado en el lugar del crimen y uno que se encuentre en la base se corresponden con unos 32.000 delitos al año.

En España la situación es diferente. Según EL PAÍS, a finales de 2014 había unos 371.000 perfiles, una cifra baja que se explica porque los sospechosos pueden negarse a dar muestras de su ADN alegando “derecho a la intimidad”.

“Existen razones legítimas para tener grandes bases de datos de ADN con un gran número de perfiles genéticos de diferentes personas porque podría ayudar a excluir o incluir a alguien en una investigación más fácilmente”, razona Matthias Wienroth, investigador en Ciencias Sociales en el King’s College de Londres.

Sin embargo, Wienroth advierte de la posible vulneración de derechos que se puede cometer al almacenar estos perfiles de forma masiva. Esto es especialmente grave en personas que, por su etnia, tiendan a ser vistas como potencialmente sospechosas y pasen a engrosar estas bases de forma desproporcionada.

En este contexto no resulta descabellado preguntarse si nos pedirán una muestra de saliva junto a la huella dactilar cuando renovemos nuestro carné de identidad en un futuro. Según el experto, en los estados democráticos liberales será difícil que ocurra, tanto por el coste económico como por el coste político y social, con una población a priori reticente a compartir tal información.

“En los estados autoritarios es mucho más probable, siempre que tengan tanto la capacidad técnica para recoger y almacenar con seguridad las muestras de ADN y realizar perfiles, como que cuenten con los medios financieros suficientes para hacerlo”, mantiene Wienroth.

Otro dilema ético se presenta con la cantidad de información genética que se pueda llegar a descifrar de forma rápida dentro de unos años, lo que podría llegar a revelar información médica confidencial de un sospechoso.

“Por el momento, a los científicos forenses no se nos permite por ley analizar el ADN de esa manera. Nos centramos en regiones que predicen la información no privada, como características visibles o ascendencia geográfica”, subraya Syndercombe.

En su opinión, uno de los mayores retos de la genética forense es que sea capaz de detectar cómo influye el medio ambiente en nuestros genes (la epigenética), lo que ayudaría a determinar parámetros como la altura de un sospechoso, imposible de averiguar hoy por hoy. Al menos, en la realidad.

Por: LAURA CHAPARRO @Laura_Chaparro

FUENTE

Reteled Posts

No Comment

Comments are closed.

Suscríbete

Introduce tu correo electrónico para suscribirte y recibir las últimas noticias sobre Criminalística y Ciencias Forenses

Únete a otros 372 suscriptores